miércoles, 17 de septiembre de 2008

La leyenda de Robert Johnson


Robert Johnson nació el 8 de mayo de 1911 en un hogar muy pobre de Hazlehurst, Mississippi. Si bien asistió a la escuela durante un tiempo, se retiró para trabajar en los campos de algodón con la secreta esperanza de hacerse una carrera como bluesman.

Arrancó tocando la armónica y, a pesar de no ser un virtuoso, actuó en algunos tugurios con relativo éxito.

Pero la tragedia comenzó a perseguirlo desde muy joven cuando su mujer, de sólo 16 años, murió en el parto junto a su hijo.

A partir de entonces, amargado y alcohólico, comenzó una vida nómada. En ese trance llegó a Chicago, capital del blues, tratando de hacerse un nombre como armonicista. Por ese tiempo un amigo suyo recuerda que a Robert le causaba amargura tener que dedicarse a la armónica por no ser un buen guitarrista. Su decepción se completó cuando los bluseros del área se burlaron de él por no estar a su altura.

Pasó un año sin que nadie supiera nada de Robert hasta que se apareció tocando en su pueblo natal. Increíblemente se había transformado en un genio de la guitarra y su voz también había mutado hasta volverse casi fantasmal.

El cambio fue tan increíble que comenzó a correrse el rumor que Robert había hecho un pacto con el Diablo: su alma a cambio del talento para ser el mejor guitarrista de blues y conseguir la fama eterna. Incluso Sonny “Boy” Williamson recuerda que pronto Robert desarrolló oído absoluto, pudiendo tocar y cantar una canción con sólo escucharla una vez.

Sin duda él mismo alimentó el mito, ya que solía aparecerse en los clubes a medianoche vestido de negro; tocaba sus canciones y se iba rápidamente sin hablar con nadie, como si el mismo Lucifer lo esperara.

No pasó mucho tiempo hasta que le ofrecieron grabar su repertorio en un anticuado estudio. Cuentan que misteriosamente lo hizo tocando contra una pared, sin dar la cara. Grabó en dos sesiones (1936 y 1937) un total de 29 canciones.

Los discos de acetato pronto llegaron a manos de los ejecutivos de RCA en Chicago, quienes mandaron a traerlo a la ciudad para transformarlo en la nueva estrella del blues.

Sin embargo cuando llegaron al pueblo se enteraron que Robert acababa de morir...

El hombre siempre fue un mujeriego y tuvo la pésima idea de cortejar a la mujer del dueño del bar en que tocaba, quien decidió matarlo con una dosis de veneno en su whisky. Dicen que sus amigos no pudieron pagar un médico y que Robert murió gritando de dolor tras tres días de agonía.

Sólo tenía 27 años cuando el Diablo cobró la deuda.

Pero en 1961, algunos de sus temas fueron editados como LP y se vendieron principalmente en Inglaterra donde su genialidad impresionó a gente como Keith Richards, Jimmy Page y Eric Clapton que empezaron a imitarlo.

Lucifer había cumplido su palabra: Robert Johnson superó a todos sus contemporáneos, tanto en técnica como en interpretación, y su influencia lo volvió inmortal para las futuras generaciones.

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